domingo, 23 de marzo de 2008

Sólo unos pocos elegidos…

El grupo: Numeroso, variopinto, heterogéneo, ecléctico… Todos con alguna capacidad más o menos encubierta, todos con alguna limitación imposible de disimular, todos con un toque de neurosis casi pintoresca (alguna que otra manía, fobias que no sorprenden ni limitan, alguien exhibiendo su veta serial… “Lo normal”, bah…)

Laura, Claudio, Mariela, Pablo, Cintia, Virginia y yo personificando a Tony (todos pseudónimos para preservar identidades) (?!)

El lugar: Lago Nahuel Huapi, Playa Bonita.

El clima: Increíble, cielo totalmente despejado, luna llena, sin viento y un poco de frío… no mucho, pero frío.

El equipaje: una cerveza, un buen vino y la guitarra.

El motivo: Sobremesa en el lago.

La actividad: Nada del otro mundo. Apoyar culo en piedras y charlar. Las infaltables piedras arrojadas al lago... Incluyendo a las que nunca llegaron al agua. Risas relajadas y sinceras, espontáneas. Dejar que el tiempo simplemente transcurra. Disfrutar incluso el silencio. Un silencio largo, tranquilo... Que nadie propuso pero que todos aceptamos con gusto. Un silencio cómodo que cada uno recorrió vaya uno a saber por dónde y con quién... Silencio que todos supimos disfrutar.

De pronto alguien se dio cuenta: “Somos unos grossos... Si estamos acá es porque lo merecemos, nos merecemos este momento único” Y yo sonrío creyéndome que merezco la compañía de ustedes... Y no es poco.

Pintó el frío. La Colo insistió, perseveró y actuó. Se apareció con unas cuantas ramitas. Pablo cedió una factura de no sé qué compra. Y yo aporté de mi encendedor el equivalente a un fósforo. Varias escapadas hasta el cementerio de maderitas y el anuncio de Cintia: “Es oficial que no nos pensamos mover de acá”. El fuego está en marcha.

¿Qué más podíamos pedir?

Ah... Sí, que Laura no cante.

Y fue lo que imploramos todos. Pero fue inútil.

Y fue así que decidimos volver.

Ya eran las cuatro de la mañana...

De una noche inolvidable.

Gracias.